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La medida del tiempo (2016) 

The Measure of Time (2016)

   Este fue un dibujo performático llevado a cabo durante dos meses en el Cabildo Histórico de la Ciudad de Córdoba. Ocurrió en el marco de un ciclo llamado La Sala que Habito, organizado por la Secretaría de Cultura de la ciudad, que contempla la realización de proyectos de producción en dos salas de aquel edificio histórico.         Los mismos deben ejecutarse in situ y a puertas abiertas. 

   Mi acción consistió en representar de manera gráfica, en las propias paredes del espacio, la cantidad de tiempo que pasé ahí. Para esto utilicé una lapicera Rotring Isograph de 0.1 mm de diámetro de punta, con la que fui marcando una fina línea de puntos (una línea de tiempo) en la superficie blanca de los muros. Mantenía un ritmo aproximado de un punto por segundo y sostuve este trabajo durante sesenta días (de lunes a viernes y con una jornada diaria de seis horas). 

   La intención era establecer una relación de paralelismo entre mi percepción del paso del tiempo y la naturaleza expansiva del dibujo en la pared. Este último, siendo tan fino, resultaba difícil de percibir al ojo desprevenido (o bien podía pasar por una de las tantas grietas en la pintura de la sala), del mismo modo en que con frecuencia uno no es consciente del paso del tiempo. Decidí que el dibujo fuese una línea de puntos y no una línea continua porque además me interesaba dejar huellas de momentos individuales y perfectamente diferenciables entre sí.

   Retratar cada segundo a conciencia, generando así un trazado que pareciera fluido pero que en realidad fuese una sucesión rápida e intermitente de instantes minúsculos. Esta línea no podía detener nunca su paso (el tiempo no lo hace), y por eso yo la hacía sortear las irregularidades de las paredes, las manchas de humedad, los marcos de las ventanas y los vanos de las puertas, mientras iba recorriendo y envolviendo cada rincón del espacio habitado. 

   Antes de empezar la acción decidí que llevaría un registro lo más preciso posible de la cantidad de puntitos que compusiesen la línea, y para esto implementé un mecanismo musical: ubiqué en el espacio una mesa con un equipo de audio y un cuaderno, y cada día llevaba cuatro CDs de mi colección personal para escuchar (de principio a fin y sin repetir) durante las horas de dibujo de esa jornada. La consigna estricta era dibujar sólo mientras sonara la música, y viceversa. Si tenía que dejar la lapicera por cualquier motivo (explicar la acción al público, por ejemplo) detenía inmediatamente la reproducción del disco con el control remoto. La importancia de esta inflexibilidad procedimental radicaba en que al final de cada jornada anotaba en el cuaderno la duración en segundos de los discos escuchados, que luego se podrían traducir automáticamente y con bastante precisión como la cantidad de puntos nuevos en la pared. 

   Al finalizar la performance, había apilado 140 discos en la mesa y dibujado aproximadamente 761.935 puntos de tinta en las paredes

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   This was a performance drawing carried out for two months at the Historical Council of the City of Córdoba (Argentina). It was part of a cycle called “La Sala que Habito”, organized by the City's Ministry of Culture, which involves carrying out production projects in two rooms of that historic building. These must take place on site, with open doors.

   My action consisted of graphically representing, on the walls of the rooms themselves, the amount of time I spent there. To this end, I used a 0.1 mm diameter tip Rotring Isograph pen, with which I began marking a fine dotted line (a timeline) on the white surface of the walls. I maintained a rhythm of approximately one dot per second, and sustained this work for sixty days (Monday through Friday, with a self-imposed six-hour workday).

   My intention was to establish an idea of parallelism between my perception of the passage of time and the expansive nature of the drawing on the walls. The latter, being so fine, was difficult to perceive to the unsuspecting eye (or could be easily mistaken for one of the many cracks in the painting of the walls), in the same way that one is often not aware of the passage of time. I decided the drawing to be a dotted line instead of a continuous one because I was also interested in leaving traces of individual moments that could be perfectly differentiable from each other. 

   Thoroughly portraying every second... Aiming to generate a path that seemed fluid but actually was a rapid and intermittent succession of minute instants. 

   This line could never stop its passage (time does not), and for that reason I made it avoid the irregularities of the walls, the stains of humidity, the window frames and the door openings, as it crossed and wrapped every corner of the inhabited space.

   Before starting the action, I decided that I would keep as accurate a record as possible of the number of dots that would make up the line. In order to achieve this, I implemented a musical mechanism: I placed a table in the room, and on it a sound system and a notebook. Every day I would take four CDs from my personal collection to listen to (from beginning to end and without repeating) during my drawing hours. The strict rule was to draw only while the music was playing, and vice versa. If I had to leave the pen aside for any reason (such as explaining the action to the public, for example) I would immediately stop the CD play using the remote control. This procedural inflexibility was of utmost importance to me because by the end of each day I would write down in the notebook the duration (expressed in seconds) of the discs I had listened to. This time measure could then be translated (automatically and precisely enough) as the number of new dots on the wall.

   By the end of the performance, I had stacked 140 discs on the table and drawn approximately 761,935 ink dots on the walls of the rooms.

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